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Reflexión sobre la posesividad: cuando un alma libre quiere volar| Holismo Terapéutico

  • Foto del escritor: Ana G.E.Robles
    Ana G.E.Robles
  • 24 nov 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 18 feb 2021

A lo largo de nuestra vida vamos a conocer innumerables personas. Vamos a vivir cosas que nunca nos imaginábamos que nos tocarían vivir.

A lo largo de nuestra experiencia vital llegaremos a rumbos y a caminos que pensamos que ya habíamos superado pero que, nuevamente, se ponen ante nosotros para comprender que las huellas de ese sendero aún han quedado fuertemente grabadas en nosotros. Esto no quiere decir que la vida se empeñe en hacernos sufrir sino que, a veces, cuando no hemos terminado de aprender del todo, la vida nos muestra otra oportunidad en nuestro camino para poder allanarlo.


En la vida uno de los mayores dolores o una de las mayores incógnitas es la cantidad de personas que encontramos y que cumplen tantos roles. Roles que no entendemos, roles que nos dañan, roles que nunca vemos y que, poco a poco, comienzan a emerger de las profundidades.


Y uno de esos roles es el de las personas posesivas.

En mi recorrido he encontrado pocas, pero las que he encontrado lo han asolado absolutamente todo a su paso. No hay nada que aleje más que precisamente esto "la posesión y el control o el manejo" del otro. Hay personas que creen que saben lo que nos conviene, que se forjan una imagen de nosotros que no es real, que nos idealizan o por el contrario nos endemonizan, que nos manipulan y manejan a su antojo -con o sin intención-.


Jamás había experimentado el llamado "te quiero sólo para mí". Principalmente, porque yo soy de las que hoy estoy y mañana han volado. Para mí las personas son importantes pero todos somos ciclos. Porque la vida es eso. Una rueda que da vueltas en la que estamos inmersos. En esa rueda llegarán personas, otras se marcharán y otras simplemente nos ayudarán a vivir..

Y nada, absolutamente nada -ni siquiera nosotros- es eterno ni inmortal.


Por ello, cuando haces consciente en ti que nada permanecerá toda la vida, todo se vuelve tranquilo, en paz y en calma y ya no se necesita manejar o mantener todo bajo control. Porque la vida es imprevisible, las personas lo somos, el mundo lo es. La muerte llega, nos atrapa y nos hace pequeños. Y ahí es donde nos damos cuenta de que nada, absolutamente nada, puede ser controlado o sometido a posesión.


Es interesante mantener un trabajo de comprensión con aquel que convierte en necesidad al otro. Con aquel que piensa que el amor (no sólo de pareja sino cualquier tipo de amor) se muestra así. Atando.

Con aquel que es todo o nada.

Con aquel que vive aprisionando almas que sólo vuelan y que lo único que harán al verse encadenadas, es volar. Volar sin parar porque cuando un alma libre es sometida a atadura, ésta, una vez que encuentra la puerta de su libertad, jamás regresa al lugar donde la encadenaron.


Se va.


Sentirse encadenado cuando sólo quieres volar y que te dejen volar es uno de los sentimientos o de las sensaciones que más vacío causa, que más dolor genera y una de las paredes y muros que más aleja.


Quién ata por miedo a la pérdida, jamás sabrá que aquello que ató se fue desde la vez primera. Se fue nada más colocar "en su cuello" las cadenas para obligarlo a vivir bajo su yugo. Y al final el placaje es el mismo.


Una cadena jamás será suficientemente fuerte para romper la vibración del aleteo de un alma que, libre, siempre vuela y cuya misión en la vida, es volar.

Ana G.E. Robles ©


 
 
 

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