Parece algo más habitual de lo que realmente creemos. El hecho de que no siempre es fácil perdonar una herida, una intención, un acto que nos causó un determinado dolor en un momento dado, es normal. Es la vida. Igual que lo es el hecho de herir. La diferencia entre que nos duela menos o más, está en la intención.
No es realidad que sea sencillo, ni algo automático. Requiere tiempo, entrenamiento, trascender barreras, intentar hacer un ejercicio de contención y reflexionar muy profundamente qué ha provocado la herida, qué patrones de atrás se han movilizado, si incide en el mismo lugar o es otro diferente...
¿Por qué, aunque lo intento, no puedo perdonar un dolor que me causaron?
Depende de tus heridas abiertas en la infancia
Los padres no nos traen con manual de instrucciones. Van aprendiendo con el transcurso de la vida. Sin embargo, hay padres heridos que transmiten dichas heridas -bien por genes, bien por proyección, bien por no haberlas resuelto correctamente en el momento adecuado-, a sus hijos. Algo que añade más dolor a un dolor que ya está abierto y que existe, yendo directo a reproducirse e introducirse en cada grieta nueva que se crea.
En la infancia se abren heridas desde que nos estábamos gestando, puesto que los pensamientos de nuestras madres, eventos y genes, están asociados a nosotros desde nuestros inicios. Pensamientos de molestia, miedo al parto, un embarazo no deseado, miedos irracionales de la propia madre, emociones de angustia, ira, enfado, ansiedad o estrés, afectan de diversas formas al bebé. Por otro lado, eventos sorpresivos, eventos de fallecimientos, traumas o shocks imprevistos, pueden provocar una huella o una marca emocional intensa en la madre de forma que el bebé lo absorbe. Otro aspecto, son los genes. Si nuestros antepasados tuvieron tendencia a la depresión, emociones de ira, angustia y similares, aunque no es algo definitivo y, por supuesto, se puede revertir en el momento en el que uno es consciente, sí es algo importante a considerar como factor influyente.
Desde otros contextos, encontramos el colegio, las veces en las que los compañeros hirieron nuestra sensibilidad, los profesores o simplemente, el sistema. Se van abriendo grietas que se guardan a nivel inconsciente como supervivencia pero que, a la larga, pueden generar bloqueos, psicopatologías, miedos irracionales... En definitiva, huellas de información llenas de cicatrices que, en ocasiones, se vuelven a abrir.
Depende de lo consciente que seas de tus heridas
Muchas veces no somos conscientes de las heridas que albergamos hasta que nos vamos encontrando en el camino personas y eventos que, generosamente, se ofrecen de espejo para recordarnos dónde y cómo estamos heridos. Sentir envidia, celos o inseguridad (entre otras) son heridas que quedaron guardadas con otros nombres y por determinados sucesos, pero que, en realidad, cuando se crean están destinadas a ser conductas irracionales en el futuro. Conductas de las que no entendemos su procedencia, pero emergen a grandes intensidades.
Cuando no eres consciente de tus heridas, puede que te sientas como una pescadilla que se muerde la cola. No encuentras sentido, ni respuestas claras. Tu rumbo no sigue un curso fijo. Por otro lado, las emociones se quejan porque pareciera que arañan por dentro. Si no eres consciente de que estás herido, la vida probablemente te la tomes como un reto lleno de contratiempos en lugar de como una experiencia.
Según la intensidad del dolor causado
No a todas las personas nos duelen las mismas cosas, ni le damos importancia a lo mismo. Hay dolores que se sienten como puñales cuando vienen de personas cercanas: amigos, familiares o la pareja. Son dolores que se tornan difíciles de perdonar porque sentimos algo de nosotros destrozado. Y está bien y es necesario sentirlo. Primero para indicarnos qué nos duele y qué no queremos en nuestra vida. Segundo para decirle a los demás qué nos daña y fomentar un vínculo basado en el equilibrio y el cuidado.
Inevitablemente, todos nos vamos a hacer daño en algún momento. Pero depende de la intención con la que se genera el dolor, será más o menos sencillo perdonarlo. Hay personas más impulsivas que no piensan en el daño que pueden hacerte. Simplemente se expresan sin medir. No por maldad, sino que son así y no van a cambiar. Sin embargo, una herida causada con la intención de hacer daño, es difícil de perdonar porque los esquemas mentales se destruyen y necesitan crearse nuevos, el conocimiento que tenemos de la persona se desvanece y comenzamos a sentir suspicacia.
Nunca perdonaste
Si nunca diste una segunda oportunidad, es más probable que sea más complicado.
Según dónde se abran tus heridas
En función del lugar en el que se abran tus heridas, te será más sencillo o más difícil perdonar. Si se abren heridas ya creadas, puede que sea mucho más complejo que sanes puesto que abrir un lugar que ya se abrió, una de dos, puede hacer que conozcas mejor el terreno o puede que sea tan complicado salir, que se mantenga tu dolor por un gran tiempo.
Si se abren grietas nuevas, será más fácil pero el dolor hay que vivirlo igual.
En definitiva, perdonar no es algo sencillo puesto que requiere una serie de comprensiones difíciles. Suele ser más sencillo cuando el tiempo discurre a largo plazo, puesto que estamos más alejados del estímulo, ocurren eventos en el transcurso que nos pueden ayudar y cuando dejamos nuestras emociones calmarse.
Ana G.E. Robles- Terapeuta Holística
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