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Foto del escritorAna G.E.Robles

¿En calidad de amiga o de Psicóloga?

Actualizado: 25 ago 2018

Hace unas pocas semanas falleció la madre de una de mis amigas más cercanas, y una vez que llegué al tanatorio y discurrió la tarde, mi amiga buscó el momento adecuado para poder acercarse a mí y hacerme una pregunta que todos los psicólogos nos hacemos cada vez que vivenciamos un suceso duro. La sociedad nos ha hecho creer que debemos ser fuertes siempre, que no tenemos problemas y

que hemos de saber gestionar nuestras emociones... Pero no es así.


 

- "¿Es correcto no saber qué hacer o no poder gestionar bien las emociones del momento? ¿Soy mala psicóloga por no poder ver horizonte y no saber reconducir la situación para reponerme?".


Ante esto no dudé de qué manera responder, sin embargo, es cierto que es difícil disociar la parte de psicóloga con la parte de amiga. Aunque creo que actué al unísono. Uniendo una parte con la otra. (Porque al fin y al cabo, la psicología consiste en abstraer un poquito de tu corazón para dárselo a los demás, intentando poner cierta distancia sana para el beneficio del terapeuta y del paciente).

Sin mucha más demora, le dije:


- "Pienso que para poder ser psicólogos, primero tenemos que ser personas. Esto implica caerse, quedarse sin respiración, sentir el dolor en primera instancia, y después, cuando descubrimos que podemos levantarnos solos, enseñar a los demás cómo pueden hacerlo también. No eres ni serás peor psicóloga por no poder reconducir tus emociones precisamente en un día como hoy. Permítete no poder. Hoy tienes que mirar por ti y dejar que los demás miremos también por ti. Al menos, los más cercanos.

Hoy es día de que te quites la bata y el título y te olvides de que eres psicóloga. Hay demasiados estigmas y demasiadas etiquetas que nos obligan a ser fuertes o a no tener emociones por el hecho de ser psicólogos. Hay golpes que llegan de imprevisto. Rápidos. Y este es uno de ellos. No se trata de reprimirlo para ser más fuerte, sino de vivirlo, caerte y luego poder decir que te has levantado"-.


Cuando le dije esto, me preguntó si le había respondido en calidad de amiga o de psicóloga.

Y nuevamente, le dije:


- "Tal vez hablando, parece que llevo puesto "el traje" de psicóloga porque nuestro trabajo radica en acompañar al otro. Pero desde que me has llamado, me he quitado ese traje para ponerme el de amiga, que es con el que convivo más fácilmente y el que más cómoda hace que esté. El traje de amiga es el que no viene en los libros. Ni tampoco nos lo enseñan en ningún sitio. Te lo da la vida. Y a nosotras, un buen día y sin saber cómo ni por qué, nos tejieron dos vestidos llenos de luz para que nunca se nos olvide alumbrarnos entre nosotras cuando la oscuridad quiera hacer su peculiar entrada"-.


Después de un silencio ensordecedor en el que se quedó realmente muy pensativa, me volvió a decir que no sabía cómo podría vivir ahora. Qué iba a ser de ella sin su madre. No le había dado tiempo a

despedirse. De hecho, no esperaba su fallecimiento.


Bueno, ninguno lo esperábamos.


Tras sus palabras, por muy duras que me resultasen y en realidad estuviera empatizando, jamás se me habría ocurrido decirle el temido "te entiendo". Ni como psicóloga ni como amiga. Quizá sólo podía entender los nervios iniciales de la incertidumbre, por haber vivido tiempo atrás un suceso complejo con mi madre cuando la ingresaron de urgencia. Pero el dolor por su marcha definitiva, es imposible

que lo pudiera entender.


Cuando quise responder, comenzaron a acercarse más personas al lugar en el que estábamos nosotras, y con sumo sigilo, me hice a un lado mientras contemplaba la escena. Cuántos "te comprendo" y palabras vacías escuchaba... Pero no podía decir nada. Aunque he de reconocer, que me estaba dando

mucha perspectiva de cara a mi trabajo.


A los pocos minutos, mi amiga regresó al lugar en el que me encontraba yo y le planteé la idea de irnos a tomar el aire a un pequeño parquecito que había al lado. Ella en un primer momento no quería irse, porque irse era símbolo de estar lejos de su madre, y quería pasar el mayor tiempo posible a su lado.

Aunque, sin que pasaran apenas 3 minutos, de pronto, dijo:

- " Bueno, si en verdad ya estoy lejos de ella. Estoy lejos desde el momento en el que ya no he podido

notar calor en sus manos...."-.


(Poco a poco, se iba dando cuenta de a partir de ahora debía comenzar a caminar de una manera diferente...)


Una vez que llegamos, nos sentamos una al lado de la otra mientras mirábamos al horizonte que ya comenzaba a oscurecerse. Y buscando el caer definitivo del sol, me volvió a hacer la misma pregunta

de hacía unos instantes.


-"¿Cómo voy a vivir sin ella?"-.


No es fácil responder ante algo así. Pero una amiga es más que un psicólogo, y lo que alcancé a decir fue:

- " No he vivido lo que estás pasando tú hoy, pero simplemente cogiéndote la mano o pasándote el brazo por el hombro, puedo notar cómo tiemblas. Y eso me hace darme cuenta de cómo estás. Te he traído aquí para que pudieras alejarte de tanto ruido y así coger aire para que puedas escucharte a ti misma y expresar de verdad lo que llevas dentro. Como sabía que no te gusta que nadie te vea en tus momentos más personales, y de alguna manera nos han machacado mucho con mantener el tipo, he creído que viniendo aquí estarías segura. A tu madre le habría alegrado saber que ahora que ella no te puede proteger de cerca, de alguna manera sí estás protegida por alguien que no es tu madre, pero sí es tu amiga. Casi tu hermana. Por lo tanto, respondiendo a tu pregunta de antes... No. No actúo como psicóloga. Ni quiero. Es que hasta se me ha olvidado el protocolo que tengo que seguir. Simplemente me dejo guiar por lo que toda amiga se dejaría guiar en un momento como este. Sabes que no te puedo decir "te entiendo", pero sí puedo decirte "te quiero y que estoy contigo en esto. Quizá esa frase te ayude más.

Tu vida va a ser diferente, pero no tiene por qué ser mala. Recuerda que todo lo que vivas, lo verás en función del prisma con el que lo mires... Pero hoy no creo que sea necesario mirar nada. Sólo viviremos el momento presente haciéndonos todas las preguntas que tengamos que hacernos, y dar

respuestas si las encontramos..."-.


 

La conversación del después fue mucho más extensa.


Y las dos, como psicólogas, nos planteábamos el sentido de muchas cosas y nos preguntábamos qué sería ser un verdadero profesional. Un profesional bueno. Al menos, qué haría en estos casos. Y llegamos a la conclusión de que ya éramos profesionales buenas desde el momento en el que comprendimos que la vida es caerse, dañarse y tocar el suelo para después volver a tocar el cielo con

las manos abiertas, y aprender a construir escaleras que nos acerquen a él.


Entendimos que no existen pautas ni estereotipos de ayuda, porque cada persona es diferente. Cada persona tiene una vibración diferente, una vida diferente... Pero llegamos a la conclusión de que, para resurgir y hacer que los demás florezcan, sólo se necesita una sola cosa: El amor.


Es la mejor pauta que hasta el día de hoy hemos encontrado y que, al menos por mi parte como

persona y terapeuta, extrapolaré siempre.


En un duelo por un ser tan cercano no importa lo que digas, no importa los consejos que te pidan, no importa las explicaciones que des. Sólo importa que estés. A veces el silencio ayuda más que una

palabra vacía (esas que no se sienten y que se dicen por compromiso).


Cuando tú quieres al otro, su energía se mueve. Fluye con la tuya. Se simbiotizan. Y es capaz de sanar.


La energía que acaba de marcharse, y más la de una madre, nunca es reemplazable. Ni el vínculo. Eso siempre debe quedar patente. Pero lo que sí puede ocurrir es que uniendo varias muestras de cariño de personas muy cercanas con vibraciones parecidas, ese flujo de energía perdida (de duelo) se llene poquito a poco. De diferentes maneras y con emociones distintas....Pero sí llenarse.


Y esa es una de las claves que hace que la persona pueda resurgir de sí misma. Saber que no está perdida, que no está sola y que, de alguna manera, sigue estando protegida. Sentimiento fundamental que debe sentir un doliente de estas características para poder levantarse de verdad.

Ana Gutiérrez ©

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