El descubierto más intenso y profundo, es el emocional| Holismo Terapéutico
- Ana G.E.Robles
- 10 jun 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 18 feb 2021

Hay muchas cosas que me hacen plenamente feliz. Pero si algo me enorgullece profundamente y le da sentido a mi trabajo y a mi vida, es esto.
Nos han golpeado tantas veces que ya no somos capaces de abrirnos con apenas nadie. Y si lo hacemos nos abrimos muy poquito por miedo a que la persona o personas que están enfrente, no nos comprendan, nos ataquen en nuestros puntos débiles y con ello, nos veamos desprotegidos.
Nuestras emociones, nuestra historia, nuestras vivencias... Son nuestras. Configuran una complejidad que todos llevamos dentro. Sin embargo, aunque cada uno tenemos diferentes umbrales de dolor, todos sabemos lo que es caernos para luego volver a levantarnos. Todos sabemos lo que es la derrota, el miedo, el pánico, el sufrimiento... Todos en el fondo albergamos recuerdos disfrazados de emociones parecidas o similares. Y hacerle sentir al otro que estás, que entiendes, que comprendes, que puedes ponerte en su lugar, que puedes recordar vivencias que también te hicieron sentir algo parecido, que escuchas activamente, que estarás incondicional, que no lo contarás, y sobre todo, que no juzgas ni juzgarás jamás, será un regalo bidireccional.

Cuando alguien se abre contigo, lo único que busca es cariño. Que estés. Busca tu comprensión, empatía, protección, calor y cobijo. Ni siquiera busca ayuda -en algunos casos puede ser que sí-, pero lo que prima es quitarse todos los ahogos que se llevan dentro. Poder volver a un estado inicial. Poder volver a sentir esa protección o ese cariño que de alguna manera lo sana todo.
Cuando haces de escuchador activo, has de entender una cosa:
- Tus prejuicios deben quedar a un lado
- Tus miedos, anhelos, sueños, dolores y alegrías deben quedar dormitando en ti para poder sacarlos en el mejor momento.
- El protagonista, el que importa, el que necesita un poco de ti y de tu entereza, es el otro. No podemos ser protagonistas. Hemos de dejar nuestro "yo" a un lado para sacarlo sólo cuando sea necesario.

Lo que más feliz me hace de mi trabajo y algo que me ha configurado como persona muchísimo, es esto. En la carrera no nos enseñan a cómo tratar a un paciente. A una persona. La vida no nos trae con un manual de instrucciones en el que nos dicen cómo hemos de ser. A veces, en la cultura popular sin querer nos da miedo que el otro se rompa por miedo a cómo actuemos nosotros. Por miedo a no estar a la altura. Y eso se ha vuelto una creencia muy extendida que cohíbe mucho. Sobre todo en terapia. Algo que no deja que la persona se sienta libre para mostrarse tal cual es.
A la gente le da miedo desahogarse en profundidad, llorar, emocionarse, reírse. Se sienten mal. Y sobre todo, sienten vergüenza, vulnerabilidad. Una vulnerabilidad que rápidamente necesita ser coartada de libertad.
Pero ¿y si te digo que sólo cuándo miras con cariño al otro, ya ha iniciado una transformación?. Sólo con tener predisposición de estar a su lado y quedarte con él haciéndole sentir que está seguro y que no te irás, la persona lo nota. Las personas lo notamos. A veces ni siquiera hace falta transmitirlo con palabras sino con miradas, caricias, sonrisas. Gestos y símbolos humanos que nos hacen entender que estamos acompañados y que estamos acompañando. Gestos y señales que sin hablar, nos hacen comprender.

Es un hacerle sentir al otro "estoy aquí para ti y todo irá bien. Te prometo que no te pasará nada. En este ratito, cuidaré de ti. En este ratito eres la persona más importante que tengo delante. Te aguardaré como si fueras mi mayor tesoro".
Y cuando estamos con personas a las que queremos mucho, lo principal es hacerles sentir esto: "estoy, estuve y estaré siempre".
Lo que más me gusta de ese "abrirse emocionalmente", no es ayudar a nadie. Nunca ayudo a nadie. Ni como terapeuta, ni como persona, ni como amiga. Poder aportar mi granito de arena me hace muy feliz, pero no es eso lo que más me apasiona. Lo que me emociona profundamente es que el otro sepa reconocer sus capacidades, sepa ver su propia Luz cuando se siente en un espacio seguro. Cuando ha ganado la suficiente confianza en sí mismo durante sus desahogos, como para ver sus fortalezas y emprender el vuelo. Ver la Resiliencia en cada emoción de alegría o de tristeza. Ver ese hálito que nos hace, de alguna manera, estar vivos. Eso es lo que me apasiona cuando alguien se desahoga. Y ya no sólo eso, sino sentir esa ternura de proteger al que, en ese momento, está en todo su ser. Al que me está mostrando su alma. Pues a mi parecer, no hay mayor regalo que esto.
Ana G.E.Robles ©

Comentarios